El siglo XIX marcó el auge definitivo de la taquigrafía. En 1837, Isaac Pitman desarrolló en Inglaterra un sistema que revolucionó la disciplina: la taquigrafía Pitman, basada en trazos fonéticos y en el uso de líneas más gruesas o delgadas para representar sonidos. Su practicidad hizo que se difundiera rápidamente por todo el mundo, siendo adoptada en escuelas, parlamentos y oficinas.
Pocos años después, en 1888, John Robert Gregg presentó el sistema Gregg, que resultaba más sencillo y fluido que el de Pitman, especialmente para los angloparlantes. Gregg se expandió con rapidez en América, convirtiéndose en el sistema predominante en oficinas y escuelas de secretariado.
Ambos sistemas, junto a otros menos difundidos, convirtieron la taquigrafía en una habilidad profesional indispensable. No solo los taquígrafos de juzgados y parlamentos la requerían, sino también secretarias y asistentes administrativos que debían transcribir cartas, reuniones y dictados con gran exactitud.
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